Adán I
Mi
cama huele a tus nervios, al miedo que vomitan los perros después de andar tres
horas en la calle. Dos recuerdos después, me invento tu sombra con las boronas
del polvo, con el cansancio de la luz anclo tus cabellos y me arrastro en el
escalofrío del piso. Perforo el silencio dando giros sobre mí, sobre el espacio
inconcluso de mis manos descansa mi angustia. La voz, tu voz, se automedica mis
ojeras y la noche se multiplica en mis huesos y nadie la hace amanecer.
II
Ardes:
tu voz inflama las venas del silencio. Algo de ti, que no conozco, se pone a
inventar infartos a la mitad de mis ojos y nazco de mí mismo, de mi llanto
descalcificado que se astilla la columna, de la fotocopia desnuda que soy en
ti. Esta mirada recién nacida te cae como maldición, como cuando la noche les
calienta el hocico a los perros o como cuando la mañana arrulla los fantasmas
de la tierra. Así, con ese peso de lo indecible nos faltamos al silencio, al
pasado, al dolor. Ardes: tu voz cuaja en mi garganta y de la nada aprendo otro
lenguaje.
Temporal
Me
nublo del ojo,
se
van rasgando los atardeceres:
gota
a gota cae el día .
Lluevo
como Dios manda:
cuarenta
días y cuarenta noches
hasta
reventarme la respiración.
Me
empaño despacio,
los
rincones del vaho se expanden
y
me siento en mí,
me
canso de cargarme.
El
hambre y el sueño y todo
anda
en la flacura del ojo
en
la fortuna del llanto
en
el abismo.
Martiriología
Se
me antoja morir de ciego.
¡No
sé!, pero la vejez no me alcanza la atención.
Prefiero
tomar dos o tres rasguños de tus manos
y
servirme solo.
O
hervir medio kilo de tus nervios,
en
una pequeña olla, con una flama casi de rodillas
para
ir llorando milimétricamente tu violencia.
Tengo
ganas de ausentar los ojos.
¡Qué
más da! Los ojos nacen a diario como los perros o los gatos,
como
tu boca de indocumentados decibelios
o
como tu mano que pesa sin censura.
Se
me antoja clausurar toda luz todo golpe toda risa
y
ponerme a sembrar mejillas
para
que tus golpes tengan donde dormir.
Oraciones para el suicidio
Las
madrugadas son para desamordazar el recuerdo
aflojarle
el puño del hocico
y
desmenuzar la tristeza.
A
esa hora sin copia me infecto de silencio
se
despintan las noches, se escurren por la ventana
y
parece que alguien me obliga a llorar.
Pero
nadie, ni la piedra que refrigera mesías
ni
el hambre que se pone a inventar
agruras
dentro de mí.
(Traigo
el hambre descontinuada)
No
hay bocas en medio del cemento
ni
oídos colgados en las paredes.
A
esa hora el sonido se encoge de hombros
y
toda la oscuridad nace de mí.
En
las pupilas se me revientan las estrellas
y
su eco de luz apenas me alcanza
para
terminar de morir.
Yobany García Medina (1988). Egresado de
la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, FES-Acatlán (UNAM). Miembro
fundador del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad en la misma
institución. Ganador del 1er. certamen de minificción: “Fantástica lascivia”.
UNAM. DGACU. Mayo 2013; Ha publicado en diversas revistas independientes, entre
ellas: Sancara, La Morralla, Moria y, recientemente, en la revista arbitrada Destiempos
n. 43, 44 y 45.