I
Un haz de luz helado
descomponiendo el rostro.
Las negras sombras
nadando por las facciones
como las sirenas
que habitan en frascos de tinta.
Inmóviles. Ojos y
labios, inmóviles pero vivos.
La siniestra
belleza de todo lo muerto atrapada
en su piel
palpitante de curvas sin dirección.
Tomó aire antes de
agitar algunas palabras
que aún resuenan
en las paredes del cráneo,
como devastadores
ecos que azotan en silencio.
II
Describir una
imagen con las manos.
Descubrir en un
rayo una figura efímera.
Abandonar la
lógica adiestrada al mirar.
Olvidar el manual
del amor estándar
antes de acercarse
a esa chica. Sólo ser.
que desmonta
personas en puzzles.
III
Deshacer el mundo
con un parpadeo.
Tornar lo sólido
líquido con la mirada.
Diseccionar un
sentimiento hasta
lograr hacer
comprensible su matiz.
Sentirse solo no
es que no haya nadie
es tener que
explicarse todo el tiempo.
IV
Tus ojos, la
tristeza
de un día nublado.
Dos oscuros
espejos
como pozos,
en los que a veces
se pierden los
reflejos,
como en lo
oxidado.
Tus dos ojos,
vacíos de mirada,
convierten en gris
donde posan
esquivos
e inquietos su
frialdad.
V
“The stars and
the moon
aren't where they're supposed to be,
for the strange electric light
it falls so close to me“.
aren't where they're supposed to be,
for the strange electric light
it falls so close to me“.
One way Street – Mark Lanegan.
Aquella canción
era como un volcán
a punto de
estallar de rabia.
Sus pequeños
acordes eran tristes
y calmadas
cerillas incendiarias.
Su voz era la voz
del whisky,
rota como una
bandera al viento
que el sol ha ido
devorando
ahorcada en su
soledad.
Para aquella
canción solo había
un único camino en
sus palabras,
una única
dirección que seguir
en la ciudad de
los fracasos.
Escucharla era
mirarme
en un espejo de
ondas sonoras
durante días de
niebla,
cuando se
atropellan las horas
y la noche lo que
toca hiela.
VI - (Lebasi)
Eres la media
noche que acuna mis pesadillas.
El viento que
susurra las palabras que luego atrapo
en papeles y
paciente trato de enseñar a volar.
Eres luz ataviada
de un negro impreciso
iluminando como la
luna llena mis noches.
Eres mi
firmamento, salpicada de lunares
que en tu cuerpo
constelados son mi cielo,
el único al que
rezo con besos para entrar.
Eres el medio día
de esta media vida
que vivo a la
mitad.
Eres cada átomo
que da forma a este ser
que escribe
despuntando lapiceros con más
intención que
acierto en noches de desvelo.
Eres las raíces
invisibles que me atan a la tierra,
impidiendo que la
abandone para viajar a Marte.
VII
Hay soledad en tus
manos,
en tu sonrisa
torcida,
soledad en tus mejillas,
en los poros de
tus labios,
soledad cosida a
tus ojos,
anudada a tus
pasos.
Soledad bordada a
la sombra
de la miel de tu
mirada.
Soledad a un solo
palmo;
tras la piel de
tus ventanas.
Soledad en el
fondo del alma.
Fuera tan solo
nada,
piel, lunares y
vello,
y aparente calma;
como la de estos
versos.
VIII
Las negras aguas
del mediterráneo
llenas de reflejos
de estrellas muertas.
La blanca arena de
la playa parda,
adiestrando olas
de madrugada.
Sobre la toalla
ella, aún empapada
de cristal,
corales y escamas,
tumbada a mi lado
desafiando
la curvatura del
horizonte.
Yo, tiritando de
vida,
sentado en
silencio,
escupiendo a
gargonzadas
el fondo marino.
No dejó que me
atrapase la belleza
de la luna vista
desde las profundidades.
Sus brazos me
arrastraron a la orilla
y sus labios,
tierra sedienta,
drenaron
la inundación.
JOSÉ ANTONIO RIVAS GARCÍA (Puente Genil, Córdoba, España 1984). Inició sus estudios
en la Licenciatura de Humanidades que años más tarde tuvo que abandonar. Tras
un tiempo trabajando en diversos oficios, en 2014 inicia el Grado en Geografía
e Historia. La lectura y escritura son junto a la música (baterista) sus
grandes pasiones. Posee poemas inéditos que aún no forman parte de ningún todo,
por el momento. Ha publicado varios poemas en la revista digital "El
coloquio de los perros".