Manual para sobrevivir el lunes
Digamos que hay que bajar las escaleras:
necesito escribir claro sobre un papel rojo y dárselo a leer
a un daltónico.
El papel debe ser leído antes del martes.
Necesito deletrear la palabra “urgente”
con cuidado de no alzar la voz a la recepcionista,
pero antes, debo lavarme sin agua
para no saludar con una mano sucia,
como si por error, alguien pudiera verla.
Digamos que hay que bajar por las escaleras:
necesito con urgencia ese papel rojo,
una mano limpia
e inventar un saludo invisible
todo sin tocar los peldaños con la suela izquierda.
Se lo repito :
el lunes sólo está permitida la suela derecha.
Si prefiere, hoy puede saltar las escaleras pero sólo en
números pares,
escribir únicamente en consonantes
y recitar en decasìalabos a los sordos, porque desde luego,
ya es martes.
De la muerte y otros trucos
Pienso en mi suicidio como el día en que nací,
cuando me prescribieron venenos lentos.
Construimos mausoleos sin esquinas,
como hace la
naturaleza con sus muertos.
Mi madre, el look hipersexual caducado,
era una casa grande para todos mis hermanos.
Y Dios padre se quedó ciego, mudo y sordo
a medida que nos encontramos,
cada quien hablando desde un abismo distinto.
Erizos
No sabría decirte qué es la noche
sin que me extiendas la mano
y hables de cómo la luna cabe
en tu palma sin el menor esfuerzo.
Tus manos ignoran cómo el cuerpo hace el amor
a la humillación 60 veces por minuto
y cómo las ojeras se clavan a unos ojos
que no miran más que a
la nada.
Afuera, el tiempo pasa a la vez
que exhalamos el aire podrido
de todos los muertos.
Que las espinas se arrancan
al mismo tiempo que cuestionamos
el amor a las flores
Soñamos con otra piel más densa
de la que nos cubre los huesos,
las vísceras, la debilidad de la carne.
Te diría que por naturaleza,
todos los dedos se afilan
por cada instante que se
nos escapa de las manos.
Y que llamamos espíritu a todo aquello que
no tiene memoria sanguíneas
más que las mitades dispersas.
Nos hace falta la espina precisa
para acariciar nuestras piel transparente.
Las mitades que que miran a la vida en celo,
con la misma espina que tocan, acarician, desean.
Te diría entonces, que los días son largos
y nos guiñan unos ojos con destino
hacia una colección de venas podridas
con el poder de recordarlo todo,
excepto a ella misma.
Soy una calca todas las cosas que no soy,
pero que llamo mío.
Y un filamento guardado en tu pecho
que no sabe que ya es de noche.
Daddy Issues
Nunca nos conocimos, pero eso no importa,
mi jefe es como el padre que nunca tuve.
Aunque no me llame por mi cumpleaños
y la monotonía de oficina me escupa en la cara,
con el maternal parecido de un chanclazo.
¿Qué me califica?
El talento de sentarme en un escritorio y sangrar,
sangrar aunque duela como mil demonios,
sangrar como la madre del año.
Cariño, todo sea por nuestros vástagos.
Mi trabajo consiste en crear, parir
y mamar a punta de tecladazos.
Mis retoños son mi fondo de pantalla;
un espacio reservado en el estacionamiento.
Cada obra es la cicatriz en la cara de cicatrices
de un héroe empapado
que vuelve a casa.
“Ese es mi hijo”, dice su padre
(avisándome que ya firmamos otro contrato).
Si bien, en nuestra cartera jamás sobra el dinero,
como las postales en efectivo de mi jefe,
la gente aplaude, no al billete, a la obra:
¡Qué bonita! ¡Qué moderna! ¡Qué valiente! Mírala, qué
grandota,
paseándose en el bolsillo de papá; miren, sólo ella, tan
cerca de su corazón.
La obra come caviar tres veces al día y su único miedo es
morir sola.
Ella existe en otra dimensión donde los tres nos sentamos
frente a una pantalla plana a reírnos hasta escupir sangre.
Donde no nos
preocupa la economía en decadencia, las deudas, ni el dólar.
Viviríamos sin miedo a ninguna gran depresión, más que la
nuestra.
Mi jefe es como el padre que nunca pedí, el único que
merezco y que resiento.
Porque cuando regrese a mi casa a lamer unos platos vacíos,
sólo pensaré en el hubiera: nuestra gran
depresión.
Sólo pensaré si alguno de mis retoños
dará con la píldora que los cure
de la vida que se desliza sobre un coche del
año, de la monotonía
cuando ni siquiera el dinero alcance para
salvarlos.
Pero una madre siempre sabe, nuestra obra
estará bien.
Será irremplazable, estará sana, nació
para ser un héroe.
El trabajo. Nunca nosotros.
Polet Andrade G. (Michoacán, 1994) Guionista, artista y
escritora. Sus poemas y microrrelatos han aparecido en diversas antologías,
blogs y suplementos de revistas en México y España. En el 2013 su cortometraje
“fractura de una luz frenética” fue proyectado en el festival Short Shorts
Morelia (2013).
Durante el día ella trabaja como guionista/storyboardista en
una casa productora, el resto del tiempo viaja en búsqueda de mezcal, libros y
nuevas formas de evitar ser succionada totalmente a la vida laboral.