GABRIELA CANTÚ WESTENDARP

I
  
Cuando uno piensa que está escribiendo de
alguien más resulta que la verdad es otra y
que uno solo puede escribir de sí mismo.
Presumo que se debe a lo altamente egoístas que
somos. Supe de un hombre que estaba muy
triste porque tenía una mujer que había perdido la
cabeza por algún vicio. El hombre difícilmente
veía la luz del día, no probaba bocado, dejó de
ver a sus amistades, perdió su trabajo, se enfermó
de pulmonía y casi pierde la vida. Todavía no sé
la causa que une mi vida a la de este hombre del
que estoy escribiendo, pero estoy segura que en
algún momento encontraré un hilo que nos
una. Quizá, pero no estoy segura, yo también
tenga un vicio y mi vida corra peligro.     

IX

Hace años leí en un libro o escuché en la radio
lo siguiente: La palabra tiene una gran fuerza. La
frase es, por supuesto, una frase hecha. Podría ser
el leitmotiv de un libro de autoayuda. En este
caso, y tal vez en todos, hablo de mis ejercicios de
escritura.
Uno no puede escindirse de uno mismo y en el acto
creativo se cuelan toda clase de materiales que se
generan en las entrañas. En las entrañas pienso que hay
todo un cúmulo de emociones, reflexiones y sobre
todo anhelos. Uno escribe sobre eso, sobre sus
anhelos. Y es frecuente que uno —como lo dijera Antonio
Gamoneda— no sepa lo que piensa hasta que lo
lee, o en otras palabras, no sepa lo que desea hasta
que lo ve escrito ahí en el papel o en la pantalla. En
este sentido el texto puede llegar a ser un oráculo.

Tendré que seguir escribiendo para que se aclare
lo que me espera.


II

Algunos materiales pueden ser
peligrosos, el exceso de luz —por ejemplo—
puede provocar una ceguera temporal o, por
el contrario, puede inducir a un estado de
clarividencia, que si fuera el caso, también
es temporal. El efecto depende del objeto
que irradia el brillo y de la capacidad de respuesta 
del otro. El otro eres tú. Tú cuando te alejas y
te observas extraño, tú cuando no reconoces tu
propio cuerpo y sus reacciones, tú cuando
pronuncias frases que te parecen ajenas, tú cuando
estás justo en el momento de caer al sueño y
te resistes, tú cuando eres golpeado por la luz
y por unos momentos te sientes la presa de un
animal salvaje, sensación que parece eterna,
pero que en realidad —como dije— es temporal
y si tienes suerte te abrirá una puerta.


IV

La mayor parte de las cosas no vienen
con instructivo, tampoco con la indicación
de: “manéjese con cuidado”. Ahora que lo
pienso, la mayor parte de las veces, las cosas
llegan sin esperarlas. Así  fue que una especie
de aroma o de luz me rodeó como un anillo
rodea el dedo de una novia. Sucedió cuando
eché una mirada un tanto desprevenida,
una mirada de la que no se espera nada nuevo, y un
objeto lanzaba el aroma o la luz, o tal vez las dos
cosas, y me retuvo en la forma en que se retiene
un pequeño pez en la anémona. Y lo miré
y lo soñé muchos días. Lo pensé tanto que un
día cuando lo tuve cerca le hice una caricia.

V

Creo haber pasado por un trance parecido a
un estado catatónico. Fue luego de una noche
larga y cargada de un alto grado de tensión.
Comenzó después de la comida, todavía no me
levantaba de la mesa cuando me entró una de
esas fatigas que llaman crónicas. Me pensé como
un animal grande, un elefante de piel gruesa
y arrugada. Mi cuerpo inmóvil, yo en otra parte. Mis
ojos se cerraban como telones de un viejo
teatro, la tela aterciopelada cargada de una gran
cantidad de polvo. Los hombros un tanto rígidos, algo
parecido a un tablón me atravesaba la
espalda limitando mis movimientos de manera
importante. No puedo decir que perdí el sentido
auditivo pero solo escuchaba un zumbido
lejano. El diccionario dice que la catatonia
es principalmente un síntoma de la esquizofrenia, sin
embargo, creo que en mi caso el origen se debe a
otra causa. Me parece que es una manera de huir del
espacio que en momentos se siente como un terreno
que prácticamente es un precipicio.

VI
  
Últimamente he sentido que mi cuerpo pierde
energía, una gran cantidad de energía que según
capto se escapa de un lugar ubicado entre el
hombro, el omóplato y el cuello en mi lado derecho.
Hasta donde tengo conocimiento este preciso lugar, que
hace una forma de triángulo, no tiene nombre oficial.
Por el misterio del fenómeno y por el lugar en donde
ocurre lo he asociado con el Triángulo de las Bermudas.
Con excepción de la diferencia en medidas encuentro
grandes similitudes. Por un lado están Las Bermudas,
Puerto Rico y la Florida, por el otro, el hombro, el
omóplato y el cuello. Además en los dos casos hay
desapariciones inexplicables y material suficiente
para un grupo de investigadores.


II


Hay algunos objetos que se desgastan
como el empaque del grifo de la cocina o
la capa de impermeabilizante del techo.
El agua es un factor determinante en la incidencia
de este problema. La materia se doblega y
pierde densidad. Lo veo también en hombres
y mujeres, la pérdida es parte de su constitución.
—El golpe del agua es como el golpe del tiempo—.
Pensé en eso recientemente al ver mi
cuerpo reflejado en el espejo.


III


Existen personas que parecen haber hecho pacto
con el diablo, personas que, aunque es de todos
conocido que ya entraron en la etapa del otoño,
siguen caminando como si fueran una flor
naciendo. Quizá esta actitud se deba a que han ido
más allá de donde se podía ir. Quizá son de esos
seres que como Butes, frente al mar, frente al canto
de la sirenas, no pudieron contenerse y se han
lanzado de cabeza a la vida, a lo más profundo de la vida
y han sobrevivido. 


VIII


El asunto de la medición es una constante entre los
científicos. Esto no se refiere, o no nada más, a la
organización de datos de acuerdo a una escala, sino
a la observación. La concentración, la paciencia,
la intensidad en la mirada es lo único que puede
conducir a algún tipo de revelación. Esto lo dijo un
investigador en un documental sobre los átomos y los
quarts. Hablaba también de la materia, de la antimateria,
de lo creado y lo no creado. Eran datos científicos, lo sé,
pero todo el tiempo sentí que hablaban de poesía.  

IV


La palabra turbación no es una que yo use de
manera frecuente, creo que nunca la he usado
para construir una frase. Me la he topado escrita
en algún poema o en alguna novela. Tolstoi
la aplica para describir la contrariedad que se siente
ante la belleza; y sí, me parece que cuando me someto
a la prueba, quiero decir, cuando te veo cerca, me
siento tan alterada que pierdo cualquier otra idea,
olvido qué iba a decirte y me limito a sonreír. 

Poemas de Material peligroso (Hiperión/ UANL, 2015)




Gabriela Cantú Westendarp (Mty, N.L. 1972) Poeta y promotora cultural. Tiene una licenciatura en Estudios Internacionales por la UDEM y una Maestría en Ciencias con Especialidad en Lengua y Literatura por la UANL. Es Directora de Difusión Cultural de la Universidad Metropolitana de Monterrey. Imparte talleres de lectura y creación poética en diversas instituciones. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2012 y Mención Honorífica en el Premio Regional Carmen Alardín 2011. Recibió la beca, en el área de poesía, del Centro de Escritores de Nuevo León en 2006. Ha sido miembro del Consejo Editorial de la sección cultural del periódico EL NORTE del Grupo Reforma. Tiene cinco libros publicados, Material peligroso (Hiperión, UANL, 2015) Naturaleza muerta (UANL, 2011) El filo de la playa (Mantis editores 2007) El efecto (CONARTE, 2006) y Poemas del árbol (UANL, 2009). Fue co-fundadora de la revista de arte y literatura Otra orilla. Su obra se ha publicado en antologías, periódicos y revistas de México, España, Estados Unidos, Inglaterra, Colombia, Argentina, Ecuador y Cuba.      


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