*
Si
hubiera sabido que el mundo es esta cosa,
esta
bola de nervios y de carne;
que
sólo el hueso que soy me pertenece
y
que al final ni polvo enamorado
sino
tan sólo polvo.
Si
hubiera sabido que en la tetas de mi madre
empezaba
lamiendo un rastro largo
y
que así seguiría por los siglos
en
este laberinto de sangre seca y humus.
Si
hubiera contenido mis ímpetus
y
me hubiese quedado quieto, horrorizado;
si
no pensara Dios…
*
Desde
la oscuridad miro mejor la lejanía.
Desde
el silencio silbo
y
domando fantasmas me revuelvo como pez que nadara a contrapelo.
Sobre
el especio aniquilado azuzo a la jauría;
un
perro triste corre tras la inocente rama.
Jinete
duro aguardo la honra de la caza,
esa
medalla roja,
esa
piedra tallada.
Desde
una altura antigua zumbo,
silbo
y zumbo,
y
el perro no regresa
con
el palo que ha elegido ser libre.
*
No
he nacido jamás.
Imaginé
que la ciudad se abría entre la flora de las constelaciones y hervía en el
sótano de los cielos.
Creí
que mi madre abrió las piernas a la hora más negra de la noche
y
adiviné la luz.
Criado
con la imaginación,
sirviente
de la idea,
salté
de un paraíso algodonado
y
bajé al imposible.
*
Me
he soñado angelical y pelirrojo,
con
sienes tensas y una marca indeleble sobre la frente.
Me
he soñado por las nervaduras de la ciudad,
derramando
milagros en las cabezas de los trasnochadores,
dejándoles
recuerdos de caminos inmóviles,
de
mansiones vacías,
de
la angustia con que el cuerpo se aovilla bajo del sueño.
A
la boca me vino un chorro de leche ácida
y
desperté semidesnudo,
viendo
al cadáver del sueño deshilachándose.
En
gato, Dios lamía los restos del vapor en mis ojos.
Aún
pregunté, casi en silencio:
Mi
hermano, ¿dónde está?
*
…y
ya no sabe uno qué pensar
cómo
explicar a los amigos que se debe llegar a casa rápidamente
y
respirar ese aire de calabozo
y
posarse como mota de polvo
y
sentirse muy mal por no haber avisado que después de tal hora no se es
responsable de sí mismo, ni de nada,
*
que
entonces se debe estar a techo,
entre
cuatro paredes que le recuerdan a uno que hasta la piel es límite,
y
mientras se escucha el mismo disco,
una
voz descarnada denuncia nuestro nombre
como
si alguien conocido de más allá del nunca nos llamara,
y
ya no sabe uno qué pensar,
ni
qué hacer,
obedecer,
tal vez,
con
apremio de pájaro al silencio.
*
Si
llueve
y
el agua cae en mi rostro
y
mi carro avanza sobre el lodo
y
los caballos merman su ligereza
y
el cielo todo es una falsa noche,
¿me
esperará la Citerea junto al fogón con un vaso de vino rojo y caliente?
¿me
besará cuando ebrio me despeñe por el pozo del sueño?
Sólo
puedo decir que mi garganta es un desierto,
que
bajo el lodo hay tierra seca,
y
que,
en
el sol doble de sus ojos eternos,
Eros
y Tánatos me aguardan.
Llueve
mientras
el
agua disuelve los pensamientos de este borracho dios.
*
Bebiendo
discutimos
la incierta metafísica del mundo,
el
claroscuro de los cuerpos que hemos dejado atrás.
Toda
vida se seca en un escupitajo sobre el piso
y
nosotros discutimos lo que se dice de la muerte y de la vida.
Nuestros
ángeles guardianes tejen la seda absurda del silencio que ha de venir después
como
un divino vómito.
José Francisco Villarreal Chapa, (Monterrey,
1956). Muy cerca del industrioso infierno de los altos hornos de la hoy extinta
Fundidora de Fierro y Acero. Estudió, que no concluyó, la carrera de Letras
Españolas, en la Universidad Autónoma de Nuevo León en los años 80. Por
entonces combinó la enseñanza de materias humanísticas en el Instituto
Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, con la bohemia del café
literario y la lectura intensiva (A Dios lo del César, y viceversa). Entre 1980
y 1990, colaboró en diversas publicaciones locales y regionales. Además, fue
consejero y eventualmente Secretario de Redacción del suplemento cultural “Aquí
Vamos”, del periódico El Porvenir. No sin desgano, participó en representación
estatal en encuentros de escritores y lecturas, donde una pereza atávica rara
vez lo llevó más allá de las fronteras norestenses. Entre 1990 y 1995, redactó,
corrigió y/o coordinó publicaciones culturales para el gobierno de Nuevo León.
Fue becario de la segunda generación del Centro de Escritores de Nuevo León
(1989-1990). Poco después publicó el libro “Odres Viejos” (1991), que luego
incluyó en el título “Transgresiones” (1993). Más por entusiasmo que por
capacidad, apoyó en algunas adaptaciones para teatro experimental; y también,
desde la comodidad del francotirador embozado en un seudónimo, publicó una
columna semanal de crítica cultural “Té Canasta” en el Diario de Monterrey (hoy
Milenio Diario). A partir de 1994, inició como guionista en La Fuerza de la
Imagen (Televisa Monterrey). Poco después, como Jefe de Información, se integró
al área de investigación y análisis en Noticias y producciones de debate
periodístico. Desde ese cargo, mantuvo una sección de crítica cultural en el
noticiero dominical, además realizó investigaciones que concretó en guiones
para la sección “Encuentros con la Historia”, del programa periodístico Foro, y
reportajes de corte cultural. Desde el año 2000, cuando terminó el programa
Foro, hasta la fecha, sigue olvidando sus orígenes culturales y se dedica de
lleno al periodismo. Sólo eventualmente se desangra los dedos en el teclado con
algún verso que, normalmente, acabará en la papelera de reciclaje. Dice estar
condenado a escribir poesía, que es tan sacramental y permanente como el
bautismo o la iniciación masónica, pero, dice, siempre se podrá elegir ser
apóstata.
Colaboración: Jesús García Mora