La gallina ciega
Voy a contar hasta treinta
para encontrarme entre las cosas.
Tengo un latido que no me deja
(voy camino a mi tumba):
Nacero, dos enfermeras y un médico de guardia
no comen pavo en casa.
la Navidad hendida
titila al fondo de los cuneros.
Árbol con esferas blancas.
Uno, suelto el pezón de mi madre cada tres horas.
Ella, dice mi nombre, mil veces líquido
desde su enrojecida punta,
su láctea ingravidez.
Estoy satisfecha.
Dos, duermo ovillada en el sillón verde
frente al tocadiscos.
No escucho el cristal de la mesa estrellarse.
No escucho cuando mi padre dice a las manos de mamá:
ella está embarazada.
Tres, baño de tina, peces de fuego.
Sara y yo cabemos en todas las cosas:
un abrazo.
Cuatro, paso el pequeño tractor sobre el pecho de mi papá:
hombre dormido que ronca.
El tractor resopla también
y atravieso un pastizal de vello en pecho muy despacio.
No voy a detenerme, no tengo frenos.
Mi mano es un pequeño tractor con las ventanas abiertas,
uno en mitad del campo latiendo.
Mi mano no quiere dejar de ser un tractor,
no quiere dejar el pastizal,
no quiere crecer.
Papá se despierta.
Cinco, vamos al circo,
subo a la cima de un elefante bebé.
Nos capturan para siempre en una fotografía
donde se me ve la pantaleta.
(Por favor, que no se vaya el circo,
tiene luces que quitan el miedo,
el hambre).
Seis, decido que mi animal favorito es el caballo,
nunca he montado uno, pero lo sé.
Papá vuelve de un largo éxodo
y me regala un potrillo azafranado;
se le quiebra una pata
que nunca encuentro.
Siete, la primaria es un caparazón de tortuga
donde aprendo a restar.
Ocho, soy buena trepando árboles.
En casa tenemos un sicomoro lleno de pasadizos verdes,
donde escondo
una ansiedad prematura.
Nueve, en el camino de siempre
descubro una revista de cuerpos desnudos,
de sudores cóncavos que no coinciden con la Navidad.
Luciérnaga bajo la lengua
que me escalada.
Diez, amaso terrores nocturnos de plastilina blanca,
llanuras que nunca he visto en paz.
Madre presta atención a los detalles:
creatura de sangre anochecida.
Ella me felicita,
después, saca una cita con el psicólogo.
Once, el técnico instala el nuevo aparato.
Papá marca y el teléfono se registra,
Mamá baja la voz:
-No se encuentra, está jugando-.
Doce, la cosa se va a poner peluda,
se puso.
Trece, en la parada de camiones,
una paloma vuela y se traspone al niño que salta,
pero yo veo:
un ángel en los escombros del desierto.
Catorce, lo siento, no me cierno sobre el mundo.
Quince, papá siempre vuelve a contraluz,
es un tren tardío que espero dormida.
Juro que no he dicho nada,
no he dicho patina del tiempo.
Dieciséis, camino detrás de un ciempiés en la banqueta.
Aunque no todos tienen glándulas venenosas,
muerde mi rencor,
siempre mi ansiedad encharcada.
Diecisiete, rapo mi cabeza y la cubro con un sombrero.
La tarde es un lugar equivocado.
Dieciocho, me gusta mi boca a las seis de la tarde,
la muerdo con un colmillo
mientras acaricio mis senos.
Diecinueve, el infierno es no parpadear,
y mis ojos se parten en una palabra.
Dónde estaba yo cuando escribí esa línea.
Veinte, no soy un robot, tengo granos que estallan
frente al espejo.
Veintiuno, “Soultrane” a mí me parece más, un delicioso espagueti de tracks.
Mas la piel del mundo se quedaba callada,
Y yo supuse lo que diría.
Veintidós, un ciego que sueña, como una bruma.
Borges picando finamente cebolla.
Veintitrés, tengo un Trsuru blanco,
tengo una falla.
El mecánico entra como un avestruz al cofre y afirma,
que los mayas son de Miami.
Veinticuatro, hago trampa, limpio rápido los frijoles,
Cuento dormida los años:
veinticinco, veintiséis, veintisiete, el tiempo es un presente
infinito.
Ojo derecho de Horus abierto,
cerrado, abierto, no siempre.
Veintiocho, mejor sola, reposando sobre un iceberg,
reposando con mi perra sobre un iceberg.
Veintinueve, ya viene la ola que nada,
que nadie.
Treinta, ábrete sésamo, quiero salir
(en un paréntesis de colores).
Escribí un poema pero primero lo dibujé
Era un pasillo largo.
Al fondo
un portón con tranca,
después
un patio
colmado de nopales y conejos blancos.
Parece un terreno olvidado.
Nadie viene a donde vengo.
Me quedo en cuclillas,
y los conejos se acercan,
olfatean mi vestido.
El segundo patio
huele a tomates podridos y otras
cosas rojas que dibujo sin sentido.
Hay un frasco soterrado entre espinas,
lo tomo.
Relleno el recipiente con amuletos de la suerte,
extremidades sueltas,
crayola inerme.
El patio tiene hierba alta donde
me recuesto.
Parezco un cuerpo olvidado entre las fronda.
Nadie viene a donde vengo.
(Sana, sana, colita de rana).
Una casa con alguien adentro
No sé cuántas veces me masturbé para cansarme.
Sepultar los ojos en un azul marino profundo
donde las estrellas espolean el vientre,
y acompasado se aleja el agudo silencio
de la televisión en pausa.
La casa sin nadie me gusta abierta:
que entre el sol y se vaya,
que moje la lluvia y se vaya.
Me gusta la casa,
la estrella,
el sol,
la lluvia,
la pausa,
y que se vayan.
Alejandra Torres García (Chihuahua, Chihuahua, 1988). Egresada de la Licenciatura en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Candidata a grado de la Maestría en Artes en la misma universidad. Desde su formación temprana, su inclinación literaria se amalgamó con las artes plásticas, manteniendo un enfoque plástico-literario en sus creaciones. Su poesía se ha publicado en diversas revistas locales, nacionales e internacionales tales como: Metamorfosis, Synthesis, Otro Paramo, Círculo de Poesía, Río Grande Review, Revista Asalto y Fósforo/ Literatura en Breve. Fue becaria del Encuentro Signos en Rotación del Festival Interfaz del ISSSTE en febrero del 2015. Ganadora en la temporada Primavera/Verano 2017 de la Facultad de Artes dentro del espacio de exposición con su obra pictoricopoética: “Sin decir palabra”. Autora del poemario Fata Morgana, mención honorifica en el concurso Soltar las Amarras del Instituto de Cultura del Municipio 2017. En septiembre del 2018 su obra plástica “Sin Decir Palabra”, es nuevamente seleccionada como parte del VI Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, en la Facultad de Filosofía y Letras. Es Coautora del poemario Contubernio por la Secretaría de Cultura de Chihuahua (septiembre, 2019). Forma parte de la Antología de poetas Mujeres de Chihuahua “Allá donde encontramos lo perdido”, por Sangre Ediciones, UACH (marzo, 2020), y en la Antología del Taller Alí Chumacero “Poemas sobre la ciudad”, publicado por el Instituto de Cultura del Municipio (2019). Durante cuatro años fue integrante del taller de poesía Alí Chumacero coordinado por el poeta y poliglota Enrique Alberto Servín Herrera. Actualmente Alejandra trabaja en la Universidad Autónoma de Chihuahua y es integrante del Grupo de Poesía Cíbola.