LE
MÈPRIS
Último habitante de
la última isla
que fue posible conquistar.
No suplica,
no abre ni abrirá
la boca.
La confianza acabó
comiéndole
los dos brazos.
Otra vez se queda sin
nombre,
otra vez desaparece.
Cómo gritan los fantasmas.
Los espacios cortos,
el calor acaba por saber
de la misma manera.
Debería huir corriendo,
ya fue advertido…
ya hizo oídos sordos…
y ahora no puede deshacerse
de ninguno de esos
ruidos
IV
Extender el brazo,
usar como medida el
recorrido
que ocupa desde el codo a la muñeca;
arrastrar la boca, cerrada,
seca,
manchar la piel, hacerla más
opaca.
Algo crece, algo se estira
con la intención de llegar a
la yema de los dedos,
la otra cara de la huella.
Mis ojos tienen sed,
he visto los párpados
reflejados en cemento.
Vi el cuerpo,
como lo cubría la sal,
encostrándose,
partiéndose en los pliegues.
Probé con la lengua,
te ofrecí el aliento
y, de nuevo, escupí cemento.
V
Soportable como la estática caída,
como el nunca de nadie,
como la nada tan llena,
como el agujero con el que
choca el dedo.
Me agarro
al más absurdo
desconocimiento.
Me balanceo como el diente
suelto
que se agarra a la carne
viva.
Camino desandando pasos,
tropezando con mis pies,
cortándome los cordones.
Respiro y exhalo piojos.
VI.
Y al llegar, pensé en la
arcada
y me sentí el pan duro,
demasiado recalentado
que acabas por tirar a la
basura.
Cuando el anhelo se
convirtió en impulso
y el cuerpo se me llenó de
daño
y los borbotones me salieron
de la boca
como palabras que no tienen
permiso.
Entrar y pensar de otra
manera,
recoger todas las migajas,
el borde del borde de las
comisuras.
Lo pequeño se te hace
grande,
para acabar en el borde,
siempre se hace tarde antes
de que llegue el antes.
Siempre el borde,
el violento movimiento,
el zarandeo,
y al final la arcada,
violenta y lenta
y las migajas que se
escapan,
escapan… se me escapan.
PALOMAS
Oía pensar a los demás.
Oía palomas chocar contra
sus cabezas.
Oía sus cuerpos flotar, como
pendidos
del hilo que intentaban
desenredar.
FIN
El niño que quiere que le
cuenten
siempre la misma historia
ha subido esta tarde a mi
casa
Y, sentado enfrente,
ha terminado llorando.
Le vi cruzar la calle,
desde la ventana,
y aún sonaba aquí
el sorber del último cuento
al que había puesto fin.
MADRUGADAS
I
Escucha,
treinta metros abajo.
La máquina que limpia se
silencia en un sorbido.
Hay frío en sus piernas,
a tientas sus ojos de cloaca
inauguran otra noche azul.
Oscuridad abierta a la
ventana,
mosquitos contra la lámpara
alejada.
Pesa la mano y pesa algo contra
el párpado,
bajo la alfombra alguien
tararea
-aumentando el silencio.-