Los nombres del insomnio
I.
Los ojos altos como una cruz
para las aves,
desvenan los cables
eléctricos
y también tienen tu nombre.
Y tú entre el aullido de un
mar lejos de su propia sal.
La carne de flor que atrae a
la muerte,
tus huesos me salvan y curan
de la luna nueva.
¿También estoy hecho del
dolor de veinte siglos?
Yo no te diré lo que es el
tiempo,
ni me haré de piedra
esperando entre tus manos,
todo el sol que he visto se
hará piel y fuego sobre el mío.
Te digo solamente lo que
pesa mientras sueñas.
II.
No es que un sol negro venga
y me devore como el único
invierno que no llega,
algo más atroz que tu sombra
mecida a fuego lento.
Estoy sentado aquí,
alimentado de silencio,
para lo que nunca se ha
hecho bajo la luz.
Es un tiempo en que se me
quiebra la palabra
y no sé si decir el tamaño
de tu voz
o los peces afilados que
forman tus ojos.
No muero de cosas tan grises
como tu distancia
ni me lleva el trueno
pero al filo de la noche
siempre espero tu regreso,
me vuelvo un muelle
aunque sé que los sueños
cantarán como sirenas
y todo tú te irás hundiendo
hasta promesas aun más lejos.
La única razón para
escribirte es un florero roto,
del que el aire se ha
barrido ya el perfume
y memorias que se quiebran
con las ramas secas.
VI.
¿Has visto cómo los lobos
aúllan a la luna
y cómo la lluvia cae sobre
los árboles
que rezan por ella no sólo
para sobrevivir
y Dios cae sobre los que
dicen su nombre en el dolor?
De ese modo callo,
así desnudo lo único que no
he desvestido delante de un farol.
Tengo frío, hambre, sueño en
diferentes momentos,
pero cuando tú no estás me
abisma un fuego grande,
me vacío del que me gustaría
ser para ti.
De ese modo canto
como el mar nombra los
muertos que aloja en su interior.
XIX.
A pesar de mí yo era otro,
a pesar de ti me encontraba
conmigo en las formas cercanas al sol,
su longitud cubriéndome los
labios,
tus ojos muy fríos como si
tuvieras alas
y por cada rincón en
telarañas hubo un beso,
tu nombre era la sombra de
la muerte sobre lo que nunca dije:
Llévame más atrás del patio,
los árboles son tan grandes
allá.
Nos recostamos sobre dos
troncos derribados,
tu calor se sobrepone al
musgo que describen los libros
o lo que han escrito sobre
el corazón los médicos.
Como un acorde, un palpitar
de percusiones, melodías,
tu voz es todos los
fantasmas de mi casa, jamás sales de mí.
XXV.
En mi mente he fundado una
ciudad hecha cenizas,
los restos de flores, alas y
cartas.
Bajo la luz que siempre
oculta la neblina
he aprendido a respirar el
aliento de los autos,
tu nombre junto al mío en
todos los vidrios empañados.
Ojalá pudieras escuchar el
latido de las ballenas,
se aceleran cerca de la
orilla como la llama a la que se le arroja diesel,
hay amantes que sólo quieren
oír su corazón arder.
Tras cada hora acumulada en
días
voy marcando con gis el muro
de mi vida a punto de hundirse.
XXXIV.
Esta zona devastada por una
guerra es mi cuerpo,
pregunta por el tuyo porque
desde entonces no hay lluvia.
Llevo el olor de tu cabello
como mi salvación,
Me has impregnado para que
la luz jamás parta de mí,
en las noches brillo de
tocarme las pestañas,
yo te convoco con mis ojos
cerrados
y con mi corazón
imposiblemente abierto.
Es aquí de donde no hay
tiempo para tu voz,
recuerdo las notas exactas
en que hablabas como una canción,
tu piel dentro de mi piel no
es una cosa fácil de desprender,
un tatuaje invisible que los
ángeles mirar con envidia
porque lo que tú me has
hecho es más grande que la lluvia.
Ven a esta madrugada donde
espero que sucedas
para que al fin caiga tu
modo de mirarme en la oscuridad.
¿Dormirás sobre algún lugar
sin nombre?
¿Recordarás en el rugido de
la luna llena?